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martes, 29 de abril de 2008

Serafín J. García (5 de junio de 1905 - 29 de abril de 1985)

Nació en Cañada Grande paraje rural del departamento de Treinta y Tres, el 5 de junio de 1905, habiendo cursado enseñanza primaria en el Pueblo Vergara, donde se habían radicado sus padres.

Niño aún, inició su aprendizaje de tipógrafo en la pequeña imprenta donde se editaba el único periódico del lugar y en él publicó, bajo seudónimo, sus primeros versos. Insaciable lector, amplió sus primeras lecturas con obras de Máximo Gorki, Leonidas Andrejev, Romain Rollan, Henri Barbusse, los clásicos españoles y diversos autores.

En 1924, comenzó la publicación de su producción literaria con un cuento titulado "Santos" en la revista "El Suplemento" de Buenos Aires. Desde entonces colaboró en la prensa y en revistas de Uruguay, Argentina y Brasil.

Cultivó el género nativista y gauchesco, escribiendo, en verso y en prosa, cuentos, fábulas, crónicas, ensayos, obras humorísticas y estampas. Sus relatos para niños fueron adoptados por los Consejos de Enseñanza como lecturas en escuelas y liceos del país. Su obra "Tacuruses" la de mayor éxito, fue reeditada por el Ministerio de Educación y Cultura; asimismo se publicó una antología del citado autor en la Colección de Clásicos Uruguayos.

Algunas de sus obras han sido traducidas al inglés, francés, italiano, portugués y al idish, así como también incluidas en antologías nacionales y extranjeras.

En el ámbito nacional obtuvo el primer lugar en nueve concursos oficiales y en tres de índole particular. Entre los de carácter oficial, recibió el Premio Rodó, concedido por la Intendencia Municipal de Montevideo, y el Premio Trienal de Literatura del Ministerio de Educación y Cultura de los años 1981-1983.

En 1970 se le otorgó el Premio Internacional Hans Christian Andersen por el YBBY, Organismo Internacional para la promoción del libro infantil, que seleccionó su obra "Piquín y Chispita" como una de las diez mejores en la materia, correspondiente al bienio 1967-1968.

En abril de 1983, ingresó como Académico de Número a la Academia Nacional de Letras de Uruguay.

Murió en Montevideo, el 29 de abril de 1985.

Se trata, sin duda de uno de los más grandes exponentes de nuestro arte literario. Su narrativa, paisajista y de personajes de nuestros campos y nuestros pueblos del interior, es de admirable realismo y de intenso valor político y lírico.

Autodidacta, ejemplo de superación en base a genio y esfuerzo, su vida constituyó el recio peregrinar de un luchador social y un artista singular.

Serafín J. García no sólo habla del drama y de las carencias del criollo; vive también en un medio donde todavía se rinde culto al coraje personal necesario para enfrentar las difíciles circunstancias, en un mundo al que ha llegado la autoridad del Estado pero, muchas veces, en forma arbitraria. Era un Estado de organización política democrática, pero sus agentes, muchas veces practicaban el despotismo de la fuerza, con persecuciones por razones ideológicas o para la simple "avivada" del funcionario corrupto que comete los mismos delitos que debe combatir. Esto aparece perfectamente descripto en "Los Partes de Don Menchaca", obra muy divulgada y conocida. A través del remedo de los partes que hace Serafín J. García -no muy alejados de la realidad- se demuestra la forma en que, muchas veces, los funcionarios policiales realizaban una obra de desprestigio del propio Estado.

La naturaleza campesina aparece descripta en sus prosas -porque Serafín J. García escribió en verso y en prosa- la sierra áspera y arisca; el río manso, propicio al ensueño del poeta que crea; la inmensidad, propicia a la meditación profunda y a la creación que van naciendo en el alma sensible del poeta. "Tacuruses", su primera gran obra -su primera obra- aparece en el año 1935; es decir, que el poeta tiene treinta años de edad. Es el primer grito de rebeldía de este joven que ha sufrido en carne propia las injusticias de la vida; también el supremo llamado a la corrección de injusticia, no destinado a la creación de un mundo ideal, irreal, sino sencillamente, con el menor dolor posible que no derive del sometimiento de unos hombres a otros, o de la cómoda resignación ante la injusticia.