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viernes, 8 de marzo de 2013

Mujer uruguaya (Wenceslao Varela)

Mis pobres versos trenzados con infinita rudeza tiene la agreste belleza que tu canto me ha inspirado. Tu calor ha contagiado la gracia de tu apostura y si hay en ellos dulzura, aunque por desgracia es poca, es porque endulce en tu boca la ruda de mi amargura.

Mi guitarra enmudecida, que fue mi novia, mi cruz, cruzó por mi ayer sin luz con las cuerdas añadidas. De sus notas doloridas brotan amargos brebajes y en cada nota un salvaje engendro del canto mío, y tus manos de rocío retemplaron su cordaje.

Mi pobre poncho gastado, a rigor de temporales, de castigar los baguales y los toros empacados, tiene en su malla el bordado de sus manos primorosas, que allá en mis noches luctuosas que mucho llorar me hicieron, los pobres pliegues pusieron sobre mis lágrimas rosas.

Hasta mi moro fue tuyo y se hizo de ancas con vos, como por mandado de Dios se arrocino con tu arrullo, echaron flores mis yuyos en el campo de la idea, cien veces bendita sea y por vos me hice poeta, olvidé caña, carpeta, pericón y pelea.

Con tu bendita oración, alentaste mi jornada, cuando mi fe quebrantada claudicó en mi corazón. Cuando monté un redomón cribado a golpe de espuela, o cuando la noche vuela sobre mi choza insegura, o azul en la noche oscura la luz mala me desvela.

Mas, cuando sobre el recado de mis andanzas pasadas, tire mi última jornada mi pobre cuerpo cansado, no quiero verte a mi lado, bajo mi choza sombría, porque en esas noches frías de los que mueren sin cruz, tus ojos llenos de luz prolongarían mi agonía.

Wenceslao Varela